
‘Severance’, la distopia de l’alienació

Algunes reflexions de principis de gener

Aquesta nit 11 de gener de 2024 s’ha mort el poeta i amic Andrés Castaño Rodríguez. Fa poc en Rodolfo del Hoyo el citava a ForumGRAMA com a exemple de poeta popular. “D’origen extremeny –escriu Rodolfo–, va formar part d’un grup de mestres que es van vincular a la Comunitat Cristiana del Fondo i van formar el Centro de Amigos del Fondo. Mestre molt actiu, va participar en les lluites contra les permanències i en totes les lluites per l’escolarització. Va ser director del Colegio Virgen Inmaculada, que després va canviar el nom per Escola Tanit, al barri del Raval, on va estimular el plaer de la lectura i de la creació literària entre els alumnes. (…) Andrés va decidir tornar al seu poble extremeny, Madrigal de la Vera, però va continuar vinculat a Santa Coloma de Gramenet mantenint una amistat duradora amb en Jaume P. Sayrach, amb l’Emiliana Salinas, amb el Salva Bolancer i amb altres companys de lluita d’aquells anys. L’octubre del 2012 va tornar a Santa Coloma per presentar el seu llibre de poemes Memoria de un silencio (1960–2007), on recollia tota la seva producció poètica. El llibre va ser comentat per l’Agustina Rico en un acte a Can Sisteré organitzat per Acolite, Amics del Fondo i Fòrum Grama.”
Andrés Castaño i la seva esposa Virtudes Senra van viure al Fondo en els anys inicials de la parròquia de Sant Joan Baptista, fundada per Jaume-P. Sayrach. Al Fondo els van néixer el fill gran, l’Andresín, i el segon, en Carlos. Després, com explica Rodolfo, van marxar a Madrigal de la Vera, que es va convertir en punt de pelegrinatge dels amics, especialment d’en Jaume, que estimava moltíssim a la parella. Al seu www.capvespre.cat els va citar sovint. Un dels més emotius el va publicar el 2015, quan va morir Virtudes, la dona de l’Andrés.

De la mort de l’Andrés m’informa la Montse Domínguez, filla de Manolo i Lalita, un matrimoni gallec que, com l’Andrés i la Virtudes, van viure també al Fondo en aquells anys, i que van conservar una amistat fèrria amb el Jaume i molts amics del barri. La Montse em diu que en Carlos, el segon fill de l’Andrés i la Virtudes, ha tret la vena escriptora del pare, i recentment ha publicat un llibre, Aquí hay demasiada gente.
DESPRÉS DE LA RESSACA OLÍMPICA
El juliol de 1993, en plena ressaca dels Jocs Olímpics, en Bru Rovira i jo ens vam proposar fer la volta a Espanya. Volien saber què n’opinaven els espanyols de la capital catalana que havia sabut organitzar el que algú va definir com ‘els millors JJ.OO de la història’. Vam publicar els nostres reportatges durant el mes d’agost a La Vanguardia en forma de sèrie, a raó d’un reportatge diari, sota l’epígraf ’31 Españas’. El capítol que feia 18 el vam dedicar a Extremadura, a partir de la visita que vam fer a Madrigal de la Vera. Es titulava ‘Desengaño’ i portava aquest subttítol: “Andrés Castaño dejó la vida urbana en busca de un campo idealizado que ahora descubre como un exilio cultural”. El reprodueixo parcialment:

Andrés Castaño es maestro de escuela. Vive en Madrigal. Le hemos encontrado bañándose con su hija Elisa río arriba, en un remanso de agua transparente entre las gruesas piedras que arrastra la corriente. Nos hemos zambullido con ellos en el agua fresca donde nadan confiadas pequeñas truchas, y, entre chapuzones, hemos recordado el calor pegajoso de Barcelona. Y el recuerdo de los años pasados en la emigración en Santa Coloma se nos ha mostrado tumultuoso y añorado.
“Pobre viejo! / Fotografia de arrugas / y dolor / tras, el marco fugaz / de una ventana. / Horas y horas; / silencios y silencios… / nostalgia. / Morir a cuentagotas… / no entre tus paredes, ‘1no por tus caminos… ¡¡en un bloque! / en uno más: / sótano primera, [tercero cuarta… / (…) No te queda otro horizonte / ni otra luz / que aquello / que alcanza a recordar / tu ‘soledad, / solo, en el parque / o en el marco fugaz / de una ventana.”
Andrés se sintió “inmensamente solo y perdido en el asfalto” y, antes de que la vida de sus hijos le amarrara como el viejo a la ventana, tomó el camino de regreso. Volvió a su pueblo y recuperó el paisaje de su infancia, el que ahora se nos ofrece en nuestro derredor, impresionante en su belleza.
—Cuando yo era chico todas esas laderas peladas de la sierra eran robledales inmensos— suspira ante esas sierras ahora peladas recordando ese paisaje suyo de la infancia, pensando que aún llegaría a tiempo de que sus hijos hincaran los pies en este lugar del mundo.
Nos vamos cuando la sombra del Almanzor cubre la charca.
Mientras descendemos sorteando líquenes y pisando poleo, Andrés señala la pelada ladera de Gredos, y nos explica lo de los antaño espesos robledales, que fueron salvajemente talados para convertirse en traviesas de ferrocarril, primero, y para impedir que se refugiaran los maquis, después. El poeta, de ojos transparentes y mirada melancólica, sitúa en esa fecha el origen de su tristeza. “Cuando yo era péqueño / bajaban los robles muertos, / a millares, / por el camino de la sierra. / Y bajaban también, / como alimañas, / los cuerpos rotos / de los maquis.”
“Sin entender yo nada, / sentí pena. / Era un punto final, / era el silencio; / la muerte de los robles / y los hombres, / la tristeza. / Tal vez por eso, / sin entender, / crecí como callado / y triste.”
El agua de la sierra canta a la puerta de la casita de Andrés, donde Virtudes, su mujer, insiste en invitamos a cenar, en retenemos para que les expliquemos cosas de Barcelona.
—Regresamos aquí para darles a nuestros hijos una vida más sana, de mayor contacto con la naturaleza, y ahora ellos están deseando volverse.
Los hijos se han asomado al patio que tiene a la sierra por vecina. Son cuatro, dos chicos y dos chicas. Andresín y Carlos han vuelto a la tierra donde nacieron, aunque no les ha acompañado ‘la suerte.
Nos lo dicen en catalán:
—“Treballàvem a Salt, Girona, però l’empresa va plegar.”
La hija mayor tiene el mundo esperándole. Así que se despide, perdonad, voy al cine.
—Qué vas a ver? —nos interesamos.
—Lo que echen, no hay elección, sólo hay un cine.
Andresín y Carlos son objetores. El primero espera la cartilla militar que décidirá su futuro en los próximos trece meses. El otro espera la mínima oportunidad para huir de este pueblo en el que “sólo hay vida en verano”. También Andrés y Virtudes dudan de que este sea su lugar en el mundo.
—Idealizamos la vida rural cuando vivíamos en el asfalto, y ahora que sufrimos la pobreza cultural y el aislamiento intelectual empezamos a pensar que nos equivocamos. La ciudad es dura, pero permite el encuentro con otros que son como nosotros.
La realidad cultural hiere la sensibilidad del maestro poeta.
—En los ayuntamientos no hay presupuesto, ni voluntad para organizar cinefórums o actos culturales para los jóvenes; pero Rodríguez Ibarra se gasta una millonada contratando artistas de rango mundial para celebrar el día de Extremadura. Sólo se fomenta la cultura que se traduce en imagen. A los jóvenes sólo les queda consumir y arrastrar su angustia por bares y discotecas. A esto ha conducido la dejación que hicimos los de mi generación, los “progres”.
El fresco que baja de la sierra aventa el patio donde charlamos bajito para no despertar a la pequeña Elisa, que se ha dormido en una hamaca. Entre susurros, Andrés nos cuenta pormenores de la vida de los kiwis, de la miel de jara con la que endulzamos el café y de las patatas biológicas que cultiva en su huerto. Virtudes nos anima a repetir el pastel que ha cocido esta tarde. Y nosotros nos dejamos querer mientras les animamos a que no abandonen este lugar del mundo.
—Hay otros sitios, pero son iguales.

Andrés Castaño, maestro y poeta, en el recuerdo
AGUSTINA RICO
Andrés Castaño entraba de lleno en la definición que el poeta Antonio Machado hacía de sí mismo. Era un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Lo recuerdo en el barrio, el Fondo, con Virtudes, en el grupo de matrimonios jóvenes de la comunidad cristiana en los 70. Eran varias parejas de maestros recién llegados y algunas más que se hicieron amigos y se ayudaban, ninguno tenía aquí abuelos que echasen una mano con los niños. Con los vecinos, con los jóvenes de la JOC, en la parroquia (entonces llamada San Juan Bautista) y en el Centro Amigos del Fondo compartían la fe y el compromiso por un barrio mejor y por una sociedad más libre e igualitaria.
Fue director del primer colegio en que trabajé, el que entonces se llamaba Virgen Inmaculada, junto a Los Pinos, entre el Fondo Alto, Santa Rosa y el Raval. Eran años de clases más que masificadas, de un enorme déficit de plazas escolares, de escasez de medios y de los primeros barracones. Como director, Andrés trabajaba mucho y sufría porque escuchaba a todos y quería dar respuestas y soluciones cuando se contaba con muy poco.
Enmedio de todo -de la escuela, del ajetreo de una casa con niños, de la movida siempre activa del barrio– había un hueco para la música y para aquella poesía necesaria, como el pan de cada día. Andrés tocaba la guitarra –había organizado una rondalla escolar– y escribía poesia. Y nos trajo un libro con los poemas de toda una vida, Memoria de un silencio, para presentarlo en Santa Coloma años después de que toda la familia se volviera a vivir a la comarca extremeña de la Vera. En su casa siempre había una acogida cálida y sonriente para quien llegaba, ya fuese para hablar del trabajo, de problemas del barrio, de organizar una excursión o de cuestiones personales. Virtudes y Andrés habían tejido una red de solidaridad y de afecto sincero que les dejó unidos en el cariño y en la amistad para siempre con muchos de aquellos amigos y amigas del Fondo.
1 Comment
MI AMIGO ANDRÉS
Malena Carracelas
Recuerdo a Andrés en Santa Coloma tocando a menudo la guitarra o la bandurria. Creaba grupos de rondallas con sus alumnos. También modificaba, junto a Perico y otros maestros, materias de estudio oficiales. Observaba con sorpresa cómo realizaban “fichas” novedosas y amenas. Admiraba la ilusión y el empeño que ponían.Y la valentía. En tiempos difíciles e inseguros.
Andrés, buen conversador, idealista, sensible…
Disfruté de muchas tertulias en su casa con los amigos del Fondo. Virtudes y Andrés recibían bien, aportaban sobre todo alegría y naturalidad.
Con frecuencia iba a su casa, a veces a comer, cuando no tenía un duro. Oía los pasos apresurados de los niños que acudían a abrir la puerta. !Ah es la Malena! Y se volvían decepcionados. Si era Raquel, mi querida Raquelilla la que acudía, celebraba con los brazos abiertos mi llegada.
Ellos se fueron a Madrigal de la Vera y yo me volví a Vigo.
Vinieron a verme en varias ocasiones. Virtudes aprovechaba para visitar a su familia gallega en el bonito pueblo de Oia, origen de su padre.
No dejábamos de ver a Manolo y sus hijos Montse y David. En Pontecaldelas, disfrutando de la amistad que no se perdía.
Estuve en Madrigal de la Vera en varias ocasiones, en algunas coincidí con amigos del Fondo. Feli y Santi Barreras, Conxita, Jaume, Maruja y Emiliana. Estos encuentros eran siempre una celebración.
Continué relacionándome con mi amigo Andrés. Después de la muerte de Virtudes pasó unos días en mi casa en Vigo descansando, alejado del sufrimiento que supuso la enfermedad y la pérdida de Virtudes.
Virtudes y Andrés tanto en Santa Coloma como en Madrigal supieron crear un núcleo de acogimiento de los amigos. Un lugar cálido al que siempre quisimos volver, un lugar donde la amistad y el cariño crecían.
Estoy muy agradecida. Seguiremos siendo vuestros amigos.